NOVIEMBRE.-
Un 2 de noviembre.- Hay pisadas huecas en el cementerio. Es su día y sobre todo su noche. Han salido a rezar, a dar gracias por los muchos familiares que les han visitado. Aspiran el aroma de las innumerables flores que adornan sus tumbas y, sobre todos las margaritas, algo estropeadas por la lluvia de ayer, cada hoja, les recuerda una a una, a las personas que los lloran y los quieren, a pesar de los años, meses, o días transcurridos. La mayoría, sienten felicidad, porque aunque sus cuerpos aparecen algo irreconocibles, sus almas, blancas como el nuevo amanecer, permanecen donde y con quien deben estar, Contentos, a pesar de su sonrisa congelada, su rostro difuminado con la niebla, sus andares etéreos, sus frentes cabizbajas, sienten una paz interior, un consuelo por lo bueno que han transmitido en vida y por lo malo que, de existir la reencarnación, no volverían a repetir. Ya el tiempo no cuenta. No conocen horas, ni minutos y, en un segundo, el camposanto resplandecerá florido, silencioso, con sus ángeles en las lápidas adornadas con las gotas de lluvia que, al salir el sol, parecerán diminutas perlas.
Tornasol.
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