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martes, 13 de agosto de 2013

(continuación)
          DE VACACIONES.-  Sigue agosto, continúo  puntual  bajando al bar. El porrero no se ha ido de vacaciones y las porras siguen siendo un capricho de dioses. Me acabo de pesar en la báscula de casa y he perdido kilo y medio, así que:
          -¡Juan, ponme tres porritas y un te con leche!
          Hoy he cambiado de sitio. La mesa coja me conoce años ha. La tengo cariño, pero acaban de desayunar una pareja con dos niños que la han puesto perdida de chocolate y de trozos de pan frito; el suelo pringoso de gotas de grasa. Hasta las patas las han pintado de negro con el cacao ¡qué angelitos! "Vereis, vereis, el mes que viene en el  cole, cómo vais a espabilar"
          -Toma, hermosa  -me dice Juan, desplazando, de la bandeja a mi mesa, como si fueran en paracaidas, las porras y el te.
          -Gracias, Juan, ¿no te vas de vacaciones como todo el mundo?
          -Nada, hermosa, hasta septiembre aquí castigao.
          -Bueno, estarás más cómodo en la playa, pero, te advierto, el churrero que no se me vaya, ¿eh?
          Hay dos hombres para jugar a la máquina tragaperras. Una música salsera hace mover con ritmo, los pies de los que beben en la barra, y sus estómagos también se remueven con arañazos gatunos por la salsa picante de los callos del aperitivo "claro, son los albañiles de la reforma en la fachada de mi portal, ellos tampoco están de vacaciones y, además, es una suerte que tengan trabajo y más en la construcción"
          "¿Qué ruido es ese? ¡Ah! el  Jul Briner  del otro día. Ha tropezado con la banqueta alta de la barra, y todo por atrapar el Marca que acaba de dejar otro cliente. Todos los días lo mismo, hay palos para coger la prensa seria, como dice el camarero, y es que con la crisis, por un euro se mata la gente"
          -¡Caray! me he quemao con el te hirviendo "eso se avisa, Juan, aunque la culpa la tengo yo, con mis años debería saber que la tetera conserva mucho el calor"
          Acaban de abrir la puerta y se nota un azote de fuego, contrastando con el aire acondicionado de dentro. Entra el muchacho de la mirada perdida. Hoy no tiene las mejillas pálidas ni los ojos difuminados por la tristeza, ¿será el bochorno veraniego? Pero, ya veo que no ¡sorpresa! Viene con una chavalita muy joven que le sonríe con un encantamiento especial. El amor lo cura todo..
.          Tornasol

viernes, 12 de julio de 2013

DE VACACIONES

     DE VACACIONES.- El desayuno en el bar se me antoja gratificante. Vacaciones en Madrid, tan distintas, porque las cosas más insospechadas, las frases más halagadoras, no se sabe si las dicen diferentes o si a nosotros nos suenan diferentes, más cálidas, más cercanas:
          -¿Te quedan porras?
          -Sí, hermosa, y que están bien crujientes. También hay cuatro churritos, riquísimos, con azúcar glass.
          -Vale, hermoso, dame una porra y un churro, y para variar ponme chocolate bien espeso.  Lo de "hermoso" no se lo había dicho nunca, pero hoy me ha apetecido responder  con  ese piropo tan rural, tan cañero, tan repetido entre gente de la construcción. Sé que el camarero ha agradecido la confianza.
          Ya está mi mesa, la que roza la cristalera y mira a los pinos de la casa de enfrente. Es la última del ancho pasillo y nadie me molesta al pasar. ¡Cómo no! Todo hay que decirlo. Está coja. Algún inconveniente había que achacarle.Yo ya me lo sé. Saco del estuche cuatro servilletas. Tienen que ser cuatro. Las doblo otras cuatro veces y las meto debajo de la pata izquierda de mi lado. ¡Perfecta! Ya puedo echarme con tranquilidad el edulcorante en el café con leche que pido de propina, sin que el plato se inunde o me salpique la falda.
          No está la gente de siempre. Han huido de la polución. ¡Bendita polución, bendita calma! Podré concentrarme. Son vacaciones. Sólo veo conocido un muchacho joven, con sus gafas antiguas, la raya al lado en su pelo moreno, su vaso alto de descafeinado, semblante distraido, ojos alejados, dispersos, huidizos, tristes. Para él las vacaciones son oscuridad, sin amigos, sin lecturas distintas, sus mismos horarios cronometrados. Sólo han variado sus pantalones. Ahora los lleva cortos, hasta mitad de rodilla, neutros como su existencia. La depresión no tiene desperdicio ni disfraz. Se la conoce a simple vista.
          Estoy feliz, sin prisas, sin relojes puestos en hora. El bar vacío. La cara del de la barra y Rocío, la camarera, iluminada por una amplia sonrisa. Mi consumición espléndida. Al fin, saco mi cuaderno de rayas, comme il faut, y me dispongo a empezar una historia.

(continuará)