sábado, 4 de agosto de 2012

VERANEAR.

TARDES DE AGOSTO.-
            La terraza de la tarde. Una música marchosa con la canción del verano que comienza a sonar. De la gasolinera de la esquina nos llega otra melodía más lenta, como si el aire del sur la arrastrase hacia nuestra mesa y sus notas se adentraran  cadenciosas, sensuales en nuestros sentidos y en las copas de bitter con hielo y limón.
            Los ojos de dos gatos diferentes y juguetones nos atraviesan hipnotizándonos con sus andares de faraones.


Sus bigotillos se estiran y encogen, percibiendo desde la distancia el aperitivo de gulas con picante. La madre nacarada y de tonos grisaceos, espectante, medio oculta, les sigue en silencio, en puntillas, en complicidad, en forma, Se desliza invisible, como si una presa que podría ser un ave distraída, la ignorase entre los setos; pero no, sólo pretende espiar a los hijos, estar alerta y  brincar, por si  un peligro acechase en la carretera, o una ingenua pelea les enemistase.
            Frenan cerca varios coches a llenar el depósito. Cada cual con una música distinta que se escapa por la ventanilla abierta.
            El bitter se acaba. Queda hielo en el fondo. Sonidos heterogéneos confunden nuestra casi concluida conversación. Despega un planeador del aeródromo cercano que roza casi el emparrado de la terraza. Viaja rápido entre las nubes bajas y el viento, compositor de otra música de silbidos.
            Antes de marcharnos, decimos adios con la mano en alto al planeador que sube, sube, sube, desaparece.

Tornasol

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