sábado, 24 de noviembre de 2012

HORACIO QUIROGA

                   
                                               DECÁLOGO DEL PERFECTO CUENTISTA

    1.= Cree siempre en un maestro:  Poe, Maupassant, Kipling, Chejov.
   2= Cree que su arte es una cima inaccesibleNo sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.
  3= Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad  es una larga paciencia. 
   4= Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas.
   5= No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra  adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras lineas tienen casi la importancia de las tres últimas.
   6= Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío"  no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla.
   7= No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color  adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable, pero hay que hallarlo.
   8= Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios con muy pocos personajes.
   9= No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue has llegado en arte a la mitad del camino.
   10= No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia.Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.        Autor:  HORACIO QUIROGA

     FRASE.= Por escribir bien entiendo decir con la máxima simplicidad  las cosas esenciales.                                   Mercé Rodoreda. 
   

.

domingo, 18 de noviembre de 2012

EL LEJANO Y ÁRIDO OESTE

EL LEJANO Y ÁRIDO OESTE
Algo intuyó Tarzán al coger aquella liana. En el último momento la Chita también se enganchó a ella.
El viaje se les hizo eterno, la mona chillaba asustada y el hombre le gritaba que se callara.
Por fin tocaron tierra, pero todos los árboles habían desaparecido, todo estaba seco. Las edificaciones no se parecían en nada a la casita que él y Jane tenían en la selva encima de un árbol. Eran casas de madera, de una madera muerta, del color de aquella tierra yerma. Todas pegadas al suelo se alineaban a ambos lados de aquel seco camino.
Delante de algunas puertas había unos extraños animales de cuatro patas que ellos no habían visto nunca. Encima de ellos llevaban unos asientos y estaban atados  al porche de algunas casas.
De pronto de una de ellas que tenía unas puertas que abrían y cerraban para dentro y para fuera, salieron dos hombres empujándose y pegándose con los puños cerrados en la cara y en el cuerpo. Ambos rodaron por el suelo polvoriento.
Tarzán avanzó hacia ellos tratando de separarlos y la Chimpancé dando chillidos saltaba de uno al otro y al hombro de Tarzán.
Aquellos hombres al ver al hombre desnudo, cubierto por un taparrabos y a aquella mona histérica, dejaron de pelear y salieron corriendo hacia los extraños animales, se subieron a ellos y a galope tendido desaparecieron sin dejar rastro.
El hombre y su amiga mona entraron en aquel establecimiento no sin antes haber empujado varias veces las divertidas puertas que iban y venían.
Al entrar empezaron a toser, todo estaba lleno de humo, se veía con dificultad y había muchos hombres vociferantes que bebían de unos vasos transparentes. Encima de unas tablas unas mujeres bailaban frenéticamente, mientras que un hombrecillo tocaba una música extraña en una especie de mesa alargada con dientes blancos y negros que al apretarlos sonaban estridentes.
Cuando los vecinos de ese pueblo vieron la extraña aparición se hizo un repentino silencio.
Una de las mujeres dio un alarido que puso en guardia a los hombres. Estos sacaron con rapidez unas armas que llevaban dentro de las fundas sujetas a un cinturón, el cual a su vez estaba atado a la cintura.
Amenazaron al hombre y a la mona. Esta se había encaramado a la espalda de Tarzán protegiéndose detrás de él.
-¿Quién eres tu forastero- le increparon- y porqué vas desnudo?.
El hombre semidesnudo no entendía nada pero con voz de trueno golpeándose el musculoso pecho con los puños, exclamó:
-Yo Tarzán esta Chita-  dijo señalando a la mona
-En este pueblo no está permitido ir desnudo por la calle. El decoro y la virtud de nuestras mujeres y niños se pueden poner en peligro- dijo adelantándose uno de los hombres que lucía una especie de estrella dorada prendida en el chaleco de cuero que vestía.
-Yo Tarzán, esta Chita- volvió a repetir el forastero.
-¡Esto es intolerable, no se aviene a razones, hay que aplicarle la Ley de Linch, es un peligro para nuestra convivencia!- opinó el de la estrella.
Entre todos inmovilizaron al hombre y a la mona pero no contaron con la fuerza sobrehumana de Tarzán que en un par de movimientos se desligó de todos ellos y echó a correr hacia la calle con la mona encaramada en su espalda.
De un salto subieron al tejado y corrieron con una velocidad inusitada dejando boquiabiertos a los vecinos.
Saltaron de tejado en tejado hasta una viga más alta de lo normal golpeó a Tarzán en la cabeza haciendo que éste se desplomara sin sentido…
-¡¡Tarzán, Tarzán, despierta!! ¿qué te ha pasado tienes una herida en la frente?
La  mujer mojó una tela en el arroyo de agua fría y se lo pasó por la toda la cara al hombre. Este, al fin, abrió los ojos y al verla una gran sonrisa iluminó su rostro.
-¡Jane, Jane, que hombres más horribles! querían matarnos, menos mal que hemos podido escapar! ¡Que sitio mas desagradable solo había polvo, no había árboles todo era gris, pardo! No sé que ha pasado.
-Tranquilízate cariño ya ha pasado todo, pero ten cuidado, te lo vengo diciendo, esa planta que se gusta masticar no te hace ningún bien, creo que no es buena para la cabeza, te puede jugar malas pasadas.

Fuencisla nov. 2012



domingo, 4 de noviembre de 2012

LA LAVADORA AUTOMÁTICA

LA LAVADORA AUTOMÁTICA

Hoy, por fin, ha llegado la lavadora automática que nos hemos comprado. Estábamos todos expectantes alrededor de ella. Sobre todo yo, que estoy a punto de parir mi cuarto hijo y la espero ansiosa, pensando en lo que me va a simplificar el trabajo de la casa. Con la ilusión que me hace hasta el embalaje me ha parecido precioso. Poco a poco se lo hemos quitando. El fleje de hierro, la caja de cartón, la bolsa de plástico. Los manuales con las instrucciones. Dentro de la puerta de la lavadora venía de regalo un paquete de jabón marca Skip. Le he puesto en su sitio en la cocina.
Había llegado el momento de dejar la lavadora de turbina para el desguace. La de turbina mueve las sábanas, pero luego hay que sacarlas y escurrirlas metiéndolas entre los dos rodillos y dando vueltas a la manivela para que el agua se escape y así quede lista para tenderla. Aquel primer avance comparado con éste de la lavadora automática, que hace que la ropa se lave y se centrifugue, es como comparar  la cocina de carbón con la de gas butano.
            La hemos probado. La hemos enchufado a la luz y conectado el agua y el desagüe. Ansiosos por probarla todos a su alrededor: los niños, mi cuñada, mi marido y yo, hemos metido unas cuantas prendas de ropa,  el jabón y ¡a lavar!.
Nos ha extrañado el ruido tan raro que hacía ¿esta  no era silenciosa? hemos dicho todos. Terminado el programa, y llegada la hora del centrifugado,  la lavadora ha empezado a vibrar y ha echado a correr por la cocina llegando casi  a la puerta del pasillo. Mi cuñada, yo con mi tripa, y los demás la agarrábamos por donde podíamos para que no diera tantos saltos sujetándola para que no avanzara más. Aquello no era lógico parecía una película cómica. ¡Esto es  una máquina infernal!
No puede ser normal, nos hemos dicho, todo el mundo cuenta maravillas, de este aparato, ¿por qué le pasa esto?
La atrevida y valiente mano de no sé quién, ha pulsado el botón de apagado y la lavadora por fin se  paró. No nos atrevíamos a tocarla. Armándonos de valor entre todos la hemos llevando a su sitio.
Mañana sin falta  llamaremos al técnico. Hemos decidido irnos a dormir, eso sí con un gran disgusto.
El técnico de la marca en cuestión ha llegado después de comer, toda la mañana hemos estado de los nervios, esperándole. Después de haberla desmontado, nos ha dicho con cara de pocos amigos:
-¡Pero por Dios, como no he han quitado ustedes los soportes que sujetan el tambor. Estos tienen por misión que  no se dañe el motor durante el transporte, casi se cargan la lavadora!
Hizo una prueba de centrifugado y hemos comprobado con gran satisfacción que ya no daba saltos, se estaba quietecita en su rincón y hacía sólo un ligero zumbido.
Desde ahora hemos decidido que en las próximas compras lo primero  que haremos será tratar de entender el libro de instrucciones. Espero que este estrés no adelante mi parto.      


Fuencisla nov..2012