jueves, 9 de enero de 2014

BUENOS AUGURIOS.

BUENOS AUGURIOS.-

          Las vacaciones de Navidad se acaban. Cadenetas y tiras brillantes cuelgan alto en los escaparates de la cafetería. Bolas tornasoladas, de colores diversos e innumerables, se balancean con el abrir y cerrar de las puertas. Una polvareda se levanta en la calle y las señoras, con sus carros de la compra, aprietan el paso  y la bufanda contra su boca.
Veintisiete de diciembre. En el frigorífico hay un vacío deprimente. La familia ha dado fin con las sobras de la Nochebuena: el cordero, la lombarda, los langostinos. Sólo quedan unas lonchas de jamón reseco y tres rodajas de piña en el bote de conserva; algo de turrón y unas figuritas de mazapán sin sus envoltorios de plástico. El vecinito de arriba, cuando bajó con sus papás a felicitar el año, se encargó de quitárselo y manosear todo a sus anchas.
          Estos días nadie se enfada y menos con los niños. Camino del día treinta y uno, sólo hay risas, alboroto, vestidos de gala, reuniones con la familia, con los conocidos. El vecino cara perro  esta mañana nos ha dado los buenos días con una sonrisa  y una chaqueta inusual, que le hacía aparecer como un perfecto gentleman. 
              En mis desayunos de la cafetería, he visto a la gente cambiada, con ojeras, los peinados caseros de las señoras, las ropas de diario arrugadas, igual que las tiras que adornan el árbol central del vestíbulo. El muñeco de nieve  panzudo y grande  ¿no llevaba la otra tarde  una bufanda de rayas? Hoy no. Ha desaparecido. Algún gamberro se la ha apropiado con disimulo. Era de lana, grande, vistosa. Los dueños del bar se ponen serios y colocan  otra de tela escocesa al muñeco que parece de nieve. Bromas de la euforia navideña.
          Se aleja el fin de año con rapidez, echando una popular carrera: la San Silvestre. Parece que no le pesan los 365 días  a pesar de haber vivido -aparte de buenos ratos-, otros de angustia, madrugadas de violencia, tardes de terrorismo, noches tormentosas. Todo eso, pesa en sus espaldas. Al llegar a la meta se le ve cansado, las canas más blancas, las ojeras acusadas  pero, al levantar los brazos para la instantánea, esboza una sonrisa de triunfo porque sabe que el que está a punto de llegar, pisará con optimismo y ganas.
          Los pequeños esperan con impaciencia a los Reyes Magos, ¿Te has portado bien, Diego? Entonces te traerán el tren y ese cuento de los dinosaurios que pediste en la carta. ¿Lo entenderán los Magos? No sé, no sé... esa palabra es muy difícil y tú has aprendido hace poco a escribir.  Pero sí, seguro que lo entienden. Son muy sabios esos señores. Algún día puede que traigan la  PAZ  al mundo.

Tornasol

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