Ha irrumpido Diciembre cargado de hojas, de semblantes inexpresivos de los profesores que anhelan la llegada de las fiestas, Los alumnos han estado como ausentes desde los últimos días de noviembre; todos sintiendo ese frío repentino de la estación, que llega con un silencio de hielo en el parabrisas del coche y se adentra con el aire a través de la rendija de las ventanas. Diciembre se ha presentado en nuestras vidas de improviso. Algunos, casi no nos damos cuenta, de no ser por el humilde Nacimiento que apenas se vislumbra en el escaparate de la mercería del pequeño comerciante; también por el árbol de luz que resplandece en el gran almacén de más arriba. Rostros serios acuden al trabajo muy de mañana, con las bufandas oliendo a naftalina y los piés castigados dentro de las botas invernales. A mediados, el silencio y la oscuridad se convierten en algarabía. La ciudad se ilumina. Retumban las bocinas de los coches porque sus ocupantes van de compras y no deben retrasarse por si cierran. Las caras de alumnos y profesores se animan porque todos van a descansar durante unos días. Un número de cifras enormes se ve anunciado en el estanco. Papá, vamos a comprar un décimo por si toca -le dice una niña con rebeca y cara de frío a su padre. El padre le responde: -Hija, no está hecha la miel para la boca del asno. Los dos pasan de largo, cruzándose él todo lo que puede la gabardina, pero la niña no ha entendido el refrán y se queda pensativa.
Tornasol
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